La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II by Joan Planellas i Barnosell

La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II by Joan Planellas i Barnosell

autor:Joan Planellas i Barnosell [Barnosell, Joan Planellas i]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Herder Editorial
publicado: 2014-07-15T05:00:00+00:00


Nosotros, obispos reunidos en el Concilio Vaticano II, habiendo visto claramente las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio, animados los unos por los otros en esta decisión en la que todos queremos evitar la singularidad o la presunción, unidos a nuestros hermanos en el episcopado, contando sobre todo con la fuerza y la gracia de nuestro Señor Jesucristo y con la oración de los fieles y sacerdotes de nuestras diócesis respectivas, situándonos con nuestro pensamiento y oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo, ante los sacerdotes y fieles de nuestras diócesis, humildemente y con conciencia de nuestra debilidad, pero también con toda la determinación y fuerza que el Señor con su gracia nos da, nos comprometemos a cuanto sigue:

Trataremos de vivir según el modo ordinario de nuestras poblaciones en cuanto concierne a habitación, comida, medios de transporte y similares (cf. Mt 5,3; 6,33-34; 8,20).

Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en los vestidos (telas ricas, colores llamativos), a las insignias de materias preciosas, pues estos signos deben ser efectivamente evangélicos (cf. Mc 6,9; Mt 10,9-10; Hch 3,6).

No poseeremos ni bienes muebles ni inmuebles, ni cuentas en el banco puestas a nuestro nombre. Y si es preciso poseer, pondremos todo a nombre de la diócesis o de las obras de caridad o sociales (cf. Mt 6,19-21; Lc 12,33-34).

Confiaremos, en cuanto sea posible, la gestión financiera y material de nuestras diócesis a un comité de seglares competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser más pastores de apóstoles que administradores (cf. Mt 10,8; Hch 6,1-7).

Rehusamos ser llamados de palabra o por escrito con títulos o nombres que signifiquen grandeza o poder (eminencia, excelencia, monseñor). Preferimos que se nos llame con el nombre evangélico de «padre».

Evitaremos, en nuestra conducta y relaciones sociales, todo lo que pueda dar la impresión de que concedemos privilegios, prioridades o cualquier forma de preferencia a los ricos y a los poderosos; por ejemplo, en banquetes ofrecidos o aceptados, en diferencias de clases en los servicios religiosos, etc. (cf. Lc 13,12-14; 1 Cor 9,14-19).

Evitaremos animar o incitar la vanidad de los demás con miras a alguna recompensa o solicitando regalos o de cualquier otro modo. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dones como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social (cf. Mt 6,2-4; Lc 15,9-13; 2 Cor 12,14).

Dedicaremos al trabajo apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores económicamente débiles o subdesarrollados todo el tiempo necesario, sin que esto revierta en perjuicio de otras personas o de otros grupos de nuestra diócesis. Sostendremos a todos los seglares, religiosos, diáconos o sacerdotes a los que llame el Señor a evangelizar a los pobres y obreros, compartiendo la vida obrera y el trabajo (cf. Lc 4,18; Mc 6,4; Mt 11,45; Hch 18,3-4 y 20,33-35; 1 Cor 6,12 y 9,1-27).

Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, trataremos de transformar



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